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jueves, 16 de diciembre de 2010

Llora un chelo por los 13 de Priaranza

Dos hijos de uno de los fusilados y enterrados en la primera fosa exhumada descubren una placa homenaje

25/10/2010


Belén Guerra, hermana del cantautor Pedro Guerra, saluda a Emilio Silva y a su hermano Ramón.
ana f. barredo

Todos en silencio. El sonido del violonchelo hizo enmudecer al viento y a la lluvia, que ayer caía sobre la fosa vacía de Priaranza del Bierzo. La misma cuneta de donde hace ahora diez años fueron exhumados los restos de los 13 fusilados, víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. Interpretado por Belén Guerra -"la hermana del cantautor Pedro Guerra-" sonó «El canto de los pájaros», de Pau Casals. Por un momento se inmovilizó el frío y a más de uno le brotaron las lágrimas.

Pero, quien más motivos tenía para llorar ayer mantuvo el gesto digno y sereno, el mismo que aporta el paso de los años con las sienes plateadas. Fueron los hermanos Emilio y Ramón Silva, los dos a los que con 7 y 9 años le fusilaron a su padre y la sociedad condenó aquella masacre al silencio y al olvido durante décadas. Ayer, los dos descubrieron una placa homenaje sobre la fosa de «Los 13 de Priaranza».

A sus 84 años, en las palabras de Emilio Silva no aparece el rencor y el ánimo de venganza, propio de los que han sufrido. Al ser preguntado por sus sentimientos, Emilio aseguraba albergar una mezcla de «satisfacción que constata que parece que el mundo va mejor». Y así, el hombre -"ya anciano-" recordó su pasado con serenidad. Contó que fue un «empleado» de la Empresa Nacional de Electricidad; que en aquellos tiempos alquiló una bicicleta para acercarse desde Ponferrada a Priaranza para estar cerca de donde mataron y enterraron a su padre. Quería reconocer el lugar exacto, porque desconocía la fosa con certeza. «Estaba delante de ella, llegó una pareja de la Guardia Civil, me pidió la documentación y me dijeron: No queremos verlo a usted más por aquí; con lo cual, me reafirmó un poco más que por ahí debía de estar mi padre», recuerda Emilio. Luego, un hermano suyo, con un agricultor de la zona, confeccionó un plano con todas las medidas de donde se encontraba la ahora famosa fosa. Emilio dijo ser consciente de que en aquellos años no podía llevarse de allí a su ser querido, pero admite que, al menos, le quedaba «el consuelo de poder estar sentado a su lado». Ahora, pasado el tiempo, tras la exhumación se siente satisfecho, máxime cuando su hijo (también Emilio Silva) preside la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). Y advierte: «Esto no lo hacemos por venganza, sino por ayudar a otros para que las cosas vuelvan a ser normales en España».

Las palabras del poeta. Con estos protagonistas indirectos de aquellas muertes habló en Priaranza el Premio Nacional de Poesía. Juan Carlos Mestre decía que lo de ayer no dejaba de ser un acto poético: «La restitución de la memoria es la restitución de la línea de las palabras, intentar que allí donde hubo dolor, en el lugar de las víctimas, haya también restitución moral, de la Justicia; no sólo es el atroz mecanismo del fascismo, que niega la dignidad y genera la intemperie del ciudadano civil, es también el intento por borrar la memoria de las palabras, de la palabra piedad, misericordia o compasión». Con este acto, Mestre cree que se mantiene vivo el sueño por la igualdad, la Justicia, el anhelo utópico de la II República y el pensamiento de aquellas clases obreras.

Pero Mestre no habló en este acto público de homenaje. Sí lo hizo otro poeta, Abel Aparicio. Su poema lo tituló «Semillas» y algunos de los versos decían así: «El sol se negó a seguir sentado en el banquillo de los acusados». Entre el público había actores, como Willy Toledo, que prefirió mantenerse en un segundo plano. No lo hizo Emilio Silva, hijo. Como presidente de la ARMH aseguró que desde pequeño siempre aprendió a estar callado y delante de la fosa de su abuelo y otros doce más dijo ayer: «Aquí nació el silencio y aquí murió el silencio». Santiago Macías, de la misma asociación, incidía en esa misma idea.

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