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sábado, 15 de diciembre de 2012

La oportunidad de una primera y única vez

                Asombrosamente, hoy puedo estar refiriendo a quienes se han transformado en oyentes (Oyentes de Lujo), para relatar la experiencia que se me ha presentado como humano y trabajador. Al mismo tiempo, el recuerdo de aquellos instantes, se revela como momento actual, aún, siendo pretérito lejano en los días de la existencia humana como en la laboral de la que hoy estamos desligados.
              Empleado de MSP, desempeñando tareas de administrativo por el año 1987. En estas circunstancias me ofrecen la ocasión de entrar en la Mina para conocerla en lo más esencial: Su Naturaleza. Su Ego. En estas fechas llevaba tres años y meses desarrollando las funciones de Administrativo y al respecto de la Naturaleza Minera “tocaba de oreja”, sin la oportunidad de observar, para decir de forma más exacta, ver aquello que de tiempo en tiempo sacudía la Sociedad del Pueblo donde residíamos y en donde la Mina tenía su asentamiento.
               Desde mí llegada a esta geografía nueva, participé en entierros de jóvenes y no tan jóvenes, que entregaron como precio su vida a La Mina, a Ella: La Dama Negra. Viendo salir sobre las chapas cargadas en los vagones, cuerpos accidentados y cuerpos sin vida. Vidas de jóvenes que empezaban a ser hombres y hombres adultos cuya juventud murió en la mina sin que hubiera accidente alguno. Su muerte en la mina, tan real como cruel, no tenía vuelta de hoja. Desde los dieciocho años el joven se transformaba en hombre. Su supervivencia diaria dependía del vínculo con el otro: Su pareja. Uno y Otro, dependían recíprocamente en su existir en el laboreo diario dentro de las entrañas de Ella. Ella, que de tanto en cuanto, se cobraba el tributo no pactado. Todo era por permitir que arrancara el mineral en el interior de sus entrañas.
               Aquel día, con funda minera, botas poceras y el casco minero calado en la cabeza, iniciamos la andadura hacia Ella. Desde la Oficina hacia la lampistería: Con paso tranquilo y decidido, el recorrido del trecho a recorrer se transformara en varias veces la dimensión real que tenía de longitud. ¡Que largo parecía! Cuantas veces, antes de ahora, había andado aquel trecho y nunca había parecido tan exagerada aquella distancia. Como si de un acto sacrosanto se tratara, el lampistero con un cortés saludo, nos facilitó las lámparas correspondientes, la del Señor Facultativo y la que me asignaron como visita de aquella jornada. El Señor Facultativo, El Capataz, sería quien iba a ejercer de guía y cicerone en esta singular ocasión a este aventurero administrativo. Iba a tener la oportunidad de captar una idea superficial, pero, aproximada de lo que era el mundillo de bocamina para adentro.
                Al punto de iniciar aquella visita al interior de la Mina, el peso de la pila ya se “acomodó” a la cintura enhebrada en cinto minero, con el foco encastrado en el caso iba a ser nuestra ayuda y guía aquel día por las oscuridades de sus entrañas. Traspasamos la bocamina, enfilando por la galería. Dejamos de ver la claridad del exterior. Estábamos en sus dominios.
                 La Galería Principal, por ella entraban los hombres, los materiales, las máquinas, antes en vez de máquinas eran los animales, las mulas y mulos que realizaban el arrastre del mineral arrancado. También por esta Galería venían a ver la luz del exterior las formaciones de vagones que portaban en sus cuencos el mineral y el estéril arrancado a la mina.
                Al final de la jornada aquellos hombres que habían entrado bocamina para adentro, volvían al exterior con sus caras y ropas tiznadas del polvo del mineral. Sus semblantes sobrios y serios venían a ser ahora gestos dramáticos, duros. Salían por la bocamina como si hubieran batallado con sus fuerzas con un enemigo al que día a día eran incapaces de vencer. De entre ellos alguno fue reclamado por Ella, como amargo tributo.
                Una Galería donde: Roca, Madera e Hierro se alternaban creando su estructura. El vial por donde discurriría jornada a jornada, la vida de la Mina. En la que humanos, animales y máquinas hicieron la Historia del existir de cada explotación de montaña o de cada pozo vertical que hollaba las entrañas de la Madre Tierra.
                 En su inicial recorrido, poca distancia habíamos recorrido, nos desviamos a la izquierda por un “recorte” que partía del “transversal general”. Nos llevaba hasta el “frente de avance” de una “guía en la que Barrenista y Ayudante saneaban el frente y colocarían “cuadros” y “enrachonadas” para ir creando el avance seguro de la guía transformándola en galería. Este laboreo permitía que la pareja de Barrenista y Ayudante no se viera sorprendida por derrumbes y tuvieran cierta protección de sus personas.
                 Tuve la oportunidad de observar en este laboreo la dureza del trabajo y aunque la presencia de maquinaria moderna ayuda en el laboreo moderno, el esfuerzo que los operarios desarrollan en el ambiente de humedad y polvo en el que se realiza su actividad, supone un continuo sobreesfuerzo como una constante merma de las facultades de quienes desarrollan sus actividades en estas circunstancias día tras día de trabajo.
                 No se llega a hacer uno la idea exacta de este tipo de actividad, hasta que se toma la decisión de entrar a ver, y llevar al lado una autoridad de la actividad. Si a ello sumamos las explicaciones complementarias de los compañeros de casco y funda en cuestión, obtiene un detalle más ajustado a la realidad que lo que se podía pintar en una oficina donde llegan al final o principio de jornada los partes de los Vigilantes, cargados de datos que se habrán de transcribir a libretas o grabar en sistemas informáticos.     
                 Volvimos por los pasos que nos habían llevado al frente de avance, hacia la Galería General, con la finalidad de ir girando visita a otros lugares de la mina: Tajos en activo y observar otras dedicaciones y diversas actividades mineras.
                En la Galería General: Seguimos adentrándonos hacia el interior, llegando a la altura donde se encontraban los tornos de los cabrestantes que arrastraban una de las rozadoras que servían para el arranque del carbón en la capa que teníamos a nuestros pies y que había cortado en su día la Galería General.
                Aquella forma de explotación era lo que conocíamos (de oídas) Arranque Mecanizado, allí estaba en toda su naturaleza: Potente y rugidora como si algo superior a lo inimaginable se apoderase de personas y restantes máquinas. Aquel ruido imperaba en toda aquella rampa, (luego la veríamos de cerca). Una rampa que de Galería Superior a Galería Inferior arrancaba con aquel rodillo frontal lleno de garras de acero el mineral que se iba desplazando hacia la parte inferior del “taller”, para ser luego cargado en vagones o bien con un “páncer” arrastrado hacia una cinta transportadora que lo desplazaba hacia el exterior para acumularlo en una tolva que alimentaría las cajas vacías de camiones que lo portarían hacia el lavadero o directamente a térmica.
                 E aquí que fue donde mi primera duda de la jornada me sobresaltó: ¿Por dónde acceden los trabajadores que están junto a la rozadora? Al preguntar al Facultativo, la respuesta fue fulminante acompañada por un gesto semejante al de Colón, con un dedo directriz, acusador y exacto: ¡Por ahí! Si tuviera que poner en claro un escondrijo en una noche oscura creo que, jamás podría identificar o crear un punto tan endiabladamente camuflado, como el hueco por el que los hombres accedían de la Galería al Taller en aquel caso. Me costó identificarlo y fue el Señor Facultativo quien se adentró por él enseñándome modo y manera de acceder al taller sin sufrir menoscabo de mi naturaleza. Posteriormente me indicó como habría de hacer para ir descendiendo entre aquel enramado de puntalas de pino de no median más de metro y medio (escaso en ocasiones) que sostenían la “calle” que había quedado sin carbón el día anterior o dos días antes.
                 Estaba en un mundo totalmente nuevo, desconocido: Estaba sudando. No sé si sería de la tensión o el esfuerzo adjunto de andar por aquellos andurriales y desniveles con tanta tensión acumulada. Una situación nueva. El día a día curte a la gente. Los miedos y preocupaciones se dejan en la percha del “Cuarto de Aseo”. Quedan de bocamina para afuera. Adentro si hay miedos no se muestran y si las chinas comienzan a caer sobre el casco se procura buscar unos pasos para atrás una seguridad que ofrezca un mínimo de confianza.
                  El Minero sabe que cuando la mina aprieta, las puntalas comienzan a cantar, Las Puntalas, los Bastidores, las Enrachonadas, en la galería las “Trabancas” de los viejos cuadros de roble crujían y cedían ante el empuje de miles de toneladas de mineral, tierra e inclusive de lajas de pizarra que llegada la ocasión había que cortar durante varios días para afianzar los techos y dar paso en las galerías hundidas por el empuje. O bien, quebraban con chasquidos sordos, cuando la quiebra apretaba de forma repentina con un potente costero que arrastraba cuadros y cegaba las galerías.
                  En aquel “taller mecanizado”, al pie del monstruo de acero y garras con cabezas de vidia, una serie de focos bailaban en son de ella con el realizar del laboreo común: Eranse unos haciendo el posteo de la parte que quedaba en banda con puntalas y bastidores a techo, Otros empujaban el menudo por el plano abajo hacia el pancer. Otros, vigilante incluido, iban saneando el techo con el fin de que no causara sorpresas desagradables si quedaba algo sin arrancar y fuera que más tarde se desprendiera y causara perjuicio a los que más abajo trabajaban.
                  Señales luminosas emitidas desde abajo, hacia el operario que manejaba los tornos, servían para crear un lenguaje silencioso, rápido y eficaz que transmitía un mensaje certero y legible del emisor al receptor. Este, a la recepción, paraba o arrancaba de nuevo la máquina. Movía un torno u otro de los que transmitían la tracción de la máquina. Paraba llegado el caso, si se trataba de realizar operaciones de aproximación, de la máquina hacia el hastial. O si se hubiera averiado y fuera necesaria su reparación el bloqueo lo realizaba el maquinista a la orden de la luz enviada desde el lugar donde había quedado la máquina.
                  Un lugar de trabajo, inclinado, que causaba impresión. Un ambiente de ruido ensordecedor que originaba la máquina y junto con ella los martillos picadores que se utilizaban con la finalidad de sanear la franja que recorría la máquina y que había escarnecido la misma en su avance.
                  Este tajo, el laboreo del arranque mecanizado llevaba consigo la dedicación de un número de operarios que sin estar presentes se hacían numerosos dado que el sólo hecho de una máquina rozadora implicaba un nutrido grupo de operarios que desempeñaban una diversidad de operaciones todas ellas diferentes, pero, correlacionadas.
                  Era la consecución de una producción mucho más cuantiosa que la que pudieran llevar a cabo una serie de personas picando con los respectivos ayudantes. Así mismo, este tipo de explotación tan peculiar traía consigo en ocasiones experiencias dolorosas y tan amargas como la explotación que había sustituido a la pica de franqueo y a la pala tradicional: La explotación a Martillo Picador.
                  La Mina, tenía su particular sistema de cobro. Era poco frecuente, pero, si se observaba con un mínimo de detenimiento se llegaba a adivinar cuando iba a trastocar la paz y tranquilidad del ambiente laboral con su cobro de tributo en vidas humanas. Lo más frecuente era que su comportamiento se cobrara el tributo o tributos, por sorpresa. Hubo ocasiones que no se conformó con arrancar de la vida: Una Vida Humana, fueron: dos, tres, inclusive en algunas ocasiones en zonas mineras diferentes se tomó un puñado de Vidas con un mismo golpe. Importaba poco si fueran veteranos o fueran jóvenes. Era lo mismo, el zarpazo lo lanzaba, al que trababa lo arrancaba con ella.
                  Sigo quedando sorprendido cuando las personas mayores del pueblo que aún recuerdan, hablan de nombres, apodos, fechas, conexiones familiares y parentescos de aquellos a los que conocieron desde su incipiente recuerdo hasta el día del presente, de la Última Víctima en el pueblo, en la zona. En la Mina.
                  Siguen hablando con el temor amargo. Con el rasgo seco e inmutable de la desgracia pintada en su rostro ajado de los años y con marcas que dejó el carbón de algún desprendimiento que cortó y marcó su piel. Hablan con la tranquilidad que da la existencia de una relativa calma que hacen ya fuera de La Mina. Ellos siguen teniendo ese temor en su cara, el temor de que un día lleve Ella a otro u otros que son conocidos de ellos, de sus familias, de su sangre. Sigue perviviendo el trémulo temor. Un temor vivo que aja no solo la piel de su cara, sino, que también hiere sus corazones.
                  Esta experiencia, desde el taller donde estábamos tenía ya poco más de duración. Habíamos vuelto a salir a la galería de arriba el Facultativo y el Administrativo Aventurero. Las despedidas breves y con un “hasta luego” nos íbamos a ir volviendo de regreso hacia la bocamina y al punto final de aquella actividad extraordinaria que no habría de volver a ocurrir en otra ocasión en mi actividad profesional en la empresa.
                  La andadura que nos llevaría de nuevo hacia el exterior tubo otra connotación que ocupó parte de la andadura: El Silencio. Volvimos a hablar desde que traspusimos el arco de piedra de la bocamina, hasta entonces uno y otro pocas palabras cruzamos.
                 Había sido poseído por algo que aún hoy no sabría cómo definir, parecía que algo se había apropiado del YO, Algo de ello debió de interpretar el Facultativo que hasta sobrepasar la bocamina me observaba de trecho en trecho y no daba palabra pronunciada. La ducha de rigor, el cambio de vestimentas y el volver a poner la vestimenta ordinaria de calle, me hizo entrar de nuevo en la realidad del momento. Ahí parecía que había terminado el sueño de la noche donde el cuerpo recupera las fuerzas gastadas del día de trabajo.
                  Aquel día, hasta que se terminó la jornada laboral administrativa, poco fue lo que hablé, si acaso algunos minutos que dedique al interrogatorio que embargaba las curiosas mentes de los compañeros de la oficina.
                 Cuando caminaba carretera abajo, desde el grupo al pueblo, aún volví la vista hacia arriba, al edificio de la lampistería que se avistaba desde la carretera. Había estado allí, antes de hoy, de forma muy diferente. El hoy, hacía que la rutina cambiara de forma y signo el nuevo devenir del mañana. Sería una experiencia que daría una nueva visión a mis ideas de minería, compañerismo y amistad: La oportunidad de una primra y única vez.                           
                                                                                         Villaseca de Laciana,14 de noviembre de 2012

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